Es una mañana de otoño, de esas nubladas, el aire cada vez es más frio, en las que el sol se hace de rogar, se hace cada vez más impredecible, no sabes en qué momento saldrá para brillar, solo para brillar, ya no más a calentar .
Cierra la puerta de su casa. Después de dar dos pasos, se detiene, siente que olvida algo, le pasa siempre. Hay días en que tiene que regresar luego de cruzar la esquina o del paradero porque olvidó, tal vez, el libro que pensaba leer en el bus, el IPOD, sus llaves- aunque casi no carga llaves porque terminan perdiéndolas o olvidándolas en algún lugar-, el celular, los encendedores - de todos los colores, modelos. Desde los de linterna que cuando los proyectas en la pared aparecen mujeres de proporciones mayúsculas con poca ropa y cuando se acaban regala a sus sobrinos. Hasta los encendedores, los más baratos, que tienes que raspar el dedo para que se enciendan, todos esos encendedores que deja abandonados en su mesa de noche- la vitara o cualquier otro objeto que normalmente lleva consigo.
Revisa que no olvide nada y sigue su camino hacia el paradero. Mientras camina cada vez más deprisa se pregunta una y otras vez: ¿qué me estaré olvidando? Ya en el bus se sienta a lado de una septuagenaria, que en su rostro se nota los pesares de la vida. Pero a pesar de ello aún sonríe, le sonríe cuando lo vé como si fuera alguien conocido, su mirada se desvía hacia la ventana, hace memoria, pero no recuerda haberla visto antes. Saca un libro de su mochila, pasa las hojas para buscar en la página donde se quedo, comienza a leer pero de nuevo esa extraña sensación de que ha olvidado algo, de que tiene que volver a revisar su mochila, no puede más, lo comienza agobiar. Trata de concentrarse y sigue leyendo, pero no puede leer más de tres reglones sin desconcentrarse, la duda de que ha olvidado algo lo comienza a carcomerlo, no puede más, cierra el libro fuerte, la anciana voltea asustada y los demás compañeros de viaje lo miran. A Marso le importa poco, abre su mochila y comienza a revisarla, pero no, se da cuenta que no le falta nada.
Se da cuenta que se está pasando de su destino. ¡Baja, baja!-grita, rápidamente cierra su mochila y lerdamente baja del bus. Se dirige hacia la esquina de siempre, se da cuenta que no ha llego tan tarde como creía. April todavía no llega. Es raro, en la espera de las primera dos citas estuvo nervioso, algo ansioso, como no es común en él. Pero hoy es distinto, hoy esas dos extrañas sensaciones en Marso han desaparecido. De pronto ella cruza la pista. Él la ve llegar, su pulso acelera, sobrepasa más de las 120 pulsaciones, siente algo extraño en el estomago (no es el pan con palta que se empujo antes de salir de casa) son las mitológicas mariposas que el creía que eran falsas, ahora se apoderan de su estomago, llegan hasta su pecho, suben hasta su cabeza y una explosión extrémese todo su cuerpo con un "Hola" acompañada de una sonrisa y un beso en la mejía.
Caminan. April ha sentido algo similar, pero ella es menos evidente. Se detienen en un parque, se sientan en una las bancas municipales verdes, donde hay que fijarse antes en el espaldar o en el asiento, porque no vaya a ser que una paloma bombardera haya dejado el impacto de uno sus misiles.
Cierra la puerta de su casa. Después de dar dos pasos, se detiene, siente que olvida algo, le pasa siempre. Hay días en que tiene que regresar luego de cruzar la esquina o del paradero porque olvidó, tal vez, el libro que pensaba leer en el bus, el IPOD, sus llaves- aunque casi no carga llaves porque terminan perdiéndolas o olvidándolas en algún lugar-, el celular, los encendedores - de todos los colores, modelos. Desde los de linterna que cuando los proyectas en la pared aparecen mujeres de proporciones mayúsculas con poca ropa y cuando se acaban regala a sus sobrinos. Hasta los encendedores, los más baratos, que tienes que raspar el dedo para que se enciendan, todos esos encendedores que deja abandonados en su mesa de noche- la vitara o cualquier otro objeto que normalmente lleva consigo.
Revisa que no olvide nada y sigue su camino hacia el paradero. Mientras camina cada vez más deprisa se pregunta una y otras vez: ¿qué me estaré olvidando? Ya en el bus se sienta a lado de una septuagenaria, que en su rostro se nota los pesares de la vida. Pero a pesar de ello aún sonríe, le sonríe cuando lo vé como si fuera alguien conocido, su mirada se desvía hacia la ventana, hace memoria, pero no recuerda haberla visto antes. Saca un libro de su mochila, pasa las hojas para buscar en la página donde se quedo, comienza a leer pero de nuevo esa extraña sensación de que ha olvidado algo, de que tiene que volver a revisar su mochila, no puede más, lo comienza agobiar. Trata de concentrarse y sigue leyendo, pero no puede leer más de tres reglones sin desconcentrarse, la duda de que ha olvidado algo lo comienza a carcomerlo, no puede más, cierra el libro fuerte, la anciana voltea asustada y los demás compañeros de viaje lo miran. A Marso le importa poco, abre su mochila y comienza a revisarla, pero no, se da cuenta que no le falta nada.
Se da cuenta que se está pasando de su destino. ¡Baja, baja!-grita, rápidamente cierra su mochila y lerdamente baja del bus. Se dirige hacia la esquina de siempre, se da cuenta que no ha llego tan tarde como creía. April todavía no llega. Es raro, en la espera de las primera dos citas estuvo nervioso, algo ansioso, como no es común en él. Pero hoy es distinto, hoy esas dos extrañas sensaciones en Marso han desaparecido. De pronto ella cruza la pista. Él la ve llegar, su pulso acelera, sobrepasa más de las 120 pulsaciones, siente algo extraño en el estomago (no es el pan con palta que se empujo antes de salir de casa) son las mitológicas mariposas que el creía que eran falsas, ahora se apoderan de su estomago, llegan hasta su pecho, suben hasta su cabeza y una explosión extrémese todo su cuerpo con un "Hola" acompañada de una sonrisa y un beso en la mejía.
Caminan. April ha sentido algo similar, pero ella es menos evidente. Se detienen en un parque, se sientan en una las bancas municipales verdes, donde hay que fijarse antes en el espaldar o en el asiento, porque no vaya a ser que una paloma bombardera haya dejado el impacto de uno sus misiles.
Conversan. De sus ojos salen deseos, de sus labios salen palabras sobre temas sin la menor importancia. ¡Que le pasa! se que le gusto, y que me encanta salir con él-piensa ella. Tiene miedo de dar el primer paso. Marso quiere abrazar, decirle que no sabe que le está pasando pero que le encanta. Que no entiende como un mortal como él, tropezó con un ángel como ella. Que desea entregarle su corazón, pero siente aun más miedo, nunca ha escondido sus sentimientos, hoy se desconoce. April decide tomar la iniciativa con descaradas indirectas, el solo sonríe, sin seguirle el juego, sin entenderse, sin comprender porque no puede entregar su corazón. El silencio se apodera. Tengo que entrar a clases- balbucea y vacila Marzo mirando su celular tratando de evadir el momento.
Marso sale de clases pero no estuvo en ella, no dejo de pensar ni medio segundo en April, en lo impotente que se sintió, en lo cobarde que puede ser, en lo desconocido que estuvo hoy por la mañana. Hoy no se reconocía, no sabía quién era después de las 10 de la mañana. Cruza la esquina del barrio sin saludar a nadie. Se sienta en la vereda frente a su casa, enciende un fallo y mira la luna( hoy ha salido con su mejor traje), piensa en April y recuerda la extraña sensación, esa que sintió antes de salir de casa y se pregunta una vez más: ¿Que olvide hoy ?
Marso sale de clases pero no estuvo en ella, no dejo de pensar ni medio segundo en April, en lo impotente que se sintió, en lo cobarde que puede ser, en lo desconocido que estuvo hoy por la mañana. Hoy no se reconocía, no sabía quién era después de las 10 de la mañana. Cruza la esquina del barrio sin saludar a nadie. Se sienta en la vereda frente a su casa, enciende un fallo y mira la luna( hoy ha salido con su mejor traje), piensa en April y recuerda la extraña sensación, esa que sintió antes de salir de casa y se pregunta una vez más: ¿Que olvide hoy ?
Hoy olvido su corazón.
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